Este año, como a muchos de ustedes, me ha representado un reto enorme. Los que somos amantes del deporte no estamos hechos para estar encerrados. Hace falta actividad física, hace falta ir a los estadios, hace falta vivir de manera normal el deporte.
Desde el inicio del 2020 empecé a notar que sería uno de los peores años, la muerte de Kobe Bryant me tomó camino al trabajo, el domingo 26 de enero a medio día. Estaba escuchando por radio un partido de los Pumas y los narradores mencionaron que el ídolo de los Lakers se había estrellado en su helicóptero junto a su hija y siete personas más.
Como periodista, crees estar preparado para una noticia de esta magnitud, pero es mentira, la oficina de ESPN estaba vuelta loca. No sabes qué hacer primero, si empezar a buscar material, si ver en redes sociales los manifiestos de personalidades del deporte, si ponerte a planear qué notas armar, no sabes realmente qué es lo mejor que puedes hacer.
Prácticamente todo lo hice como un acto reflejo, alcanzaba a escuchar lo que mis supervisores dictaban y es complicado organizarse con los demás compañeros. Mientras trataba de hacer mi trabajo lo más eficiente posible, vi a compañeros derramar lágrimas por Kobe, vi a algunos seguir en shock y vi a otros simplemente concentrados en el trabajo.
Yo tenía momentos que no pensaba y hacía lo que me tocaba y había otros que no podía creer la noticia. El día se hizo muy largo. Saliendo del trabajo la adrenalina seguía inmersa en mi sistema. Tuve que ir por unos tacos junto a un compañero y platicar de otros temas para después llegar a casa y casi al instante de estar en mi cama caer profundamente dormido.
A diez meses de aquel suceso hoy miércoles 25 de noviembre, poco antes del mediodía, vi en redes sociales la noticia de la muerte de Diego Armando Maradona. Enseguida en el grupo del trabajo empezaron los comentarios, seguidos de amigos y familia que me preguntaron si era cierto. De nuevo por unos instantes no sabía qué hacer, me congelé unos segundos impactado por lo sucedido. Ahora desde casa revivía lo que a principios de año viví con la muerte de Kobe Bryant.
Maradona ya había sido intervenido quirúrgicamente meses atrás, sin embargo, se encontraba estable, pero la muerte es de esas cosas en la vida que nunca esperas. No quiero hacer menos otros fallecimientos y menos en esta pandemia que lamentablemente ha terminado con la vida de millones de personas. Pero estos dos monstruos de la historia del deporte traspasan las fronteras y llegan a los sentimientos de los aficionados.
A los 60 años, el astro argentino Diego Armando Maradona perdió la vida por un paro cardiorrespiratorio y de inmediato el mundo se conmocionó. Casi al instante de ver la noticia se vino a mi mente aquellas ocasiones en que mi padre me contaba la magia que había visto de Maradona, de los años con el Napoli y el mundial del 86 realizado en México.
Cuando empecé a estudiar el fútbol, vi los videos de aquellos goles famosos de Maradona, lo hecho en el balompié italiano rozaba lo divino. El cargar con un equipo que siempre estuvo a la sombra de potencias como la Juventus, el Milán o el Inter y hacerlo campeón de su liga, muy pocos deportistas lo han hecho en la historia y es por eso por lo que Maradona es un ícono en Nápoles.
Pero mi recuerdo más grande en torno a Maradona viene de un gol que les hizo a los ingleses en el mundial y en el mismísimo estadio Azteca. No me refiero al primero de ese juego que hizo con la mano, en una de las trampas más descaradas del fútbol, pero que terminó siendo una “justicia divina” ante la nación que había matado a miles de argentinos en la guerra de las Malvinas y que ahora en un ámbito mucho menos grave se veía afectado por una picardía del genio argentino.
Yo me refiero al segundo gol, aquel que para muchos es el mejor en la historia de las copas del mundo, aquel en donde ese número 10 de la selección argentina inició en su propio campo y que terminó con seis rivales en el piso rendidos ante el talento de Maradona.
Mi caso no solo fue la belleza del tanto, sino la narración del uruguayo Víctor Hugo Morales, que al inicio de mi carrera escuché como referencia para narrar en radio. Cuando vi esa combinación de talento, cambios de ritmo, atrevimiento y sobre todo pasión (me refiero al gol y a la narración) quedé maravillado y confieso que algo en mi corazón empezó a resonar. Mis ojos se llenaron de lágrimas y mi boca no podía cerrarse durante muchos segundos. Esa poesía ha sido una de mis referencias en esta carrera del periodismo deportivo.
Hoy es un día triste para los amantes al deporte, porque se fue uno de esos genios, que ciertamente fuera de las canchas era polémico y que cayó en la tentación de las drogas, pero que cuando estaba en la cancha con un balón pegado a esa zurda divina todos quedaban maravillados. Sobre todo hablando de Diego tal y como lo estamos haciendo hoy en día tras su partida.